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Channel: mar – Notas desde algún lugar
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Notas desde el Bósforo

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No te queda más remedio que aceptar, tal y como me ocurrió a mí mismo en tiempos y como le pasó a A. Ş. Hisar, que el Bósforo tiene un alma específica.

Orhan Pamuk

Estambul no existiría sin el Bósforo. Las ciudades, o la mayoría de ellas, se han ido construyendo sobre tierra firme pero los ríos, los mares, que las bañan les han ido imprimiendo una personalidad específica, un carácter original a fuerza del fluir del agua y del tiempo.

Mientras intentamos comprender lo que está ocurriendo en una telenovela turca en la que durante unos diez minutos los personajes se mueven a cámara lenta, lloran y ponen caras de pena mientras suena una música melodramática, podemos oír el sonido de las sirenas de los barcos en el Bósforo. Desde ese apartamento en el barrio histórico de Sultanhamet, se puede intuir el tráfico incesante  de una lengua de agua que mide treinta y dos kilómetros y que une el mar de Mármara con el mar Negro, que une Asia con Europa.

El Bósforo se puede ver desde las siete colinas sobre las que, como Roma, se levanta la ciudad. Es omnipresente y allí está inmutable y, al mismo tiempo, en constante cambio cuando visitamos el palacio Topkapi, la torre Gálata o la mezquita de Solimán el Magnífico. Entre tanta colina, el estrecho parece un valle en movimiento que cambia según las sombras del laberinto que es la ciudad, según las mezquitas y los apartamentos multicolores nacidos de la emigración de los años setenta que se amontonan sobre el terreno.

Es casi como una calle más de Estambul, una avenida principal abarrotada de barcos, transbordadores, gente local que va y viene del trabajo y turistas con cámaras colgando, tan llena de gente como cualquier otro lugar en la hora punta, un lugar de trasiego que no parece descansar nunca.

Los barcos cruzan el estrecho una y mil veces y lo dejan todo lleno de un humo negro y denso, van de Eminönü a Üsküdar, a Beşiktaş y Ortaköy, a Kadiköy, pasan justo al lado del puente Gálata o se dirigen hacia el mar Negro parando en Bebek, en Emirgan, en Sariyer o pasando frente a la fortaleza de Rumeli. La gente que vive en la ciudad habla de los accidentes de algunos de esos barcos, de domingos pasados con la familia a orillas del estrecho, de veranos en los que los transbordadores públicos les llevan a las islas Princesas.

Nos subimos a uno de esos barcos y anochece mientras pasamos frente a altos bloques de edificios cuyas ventanas miran al canal, frente los palacios que se fueron construyendo cuando el imperio otomano estaba ya en descomposición y frente a las orillas que un día lejano estuvieron llenas de casas otomanas construidas de madera que se han ido quemando a lo largo de los años.

Un hombre apresurado va ofreciendo té a los pasajeros mientras pasamos bajo los nuevos puentes que unen por tierra los dos continentes. El hombre lleva pequeños vasitos de colores en una bandeja de metal que se van balanceando con la velocidad sin caerse. Como ellos, nos dejamos mecer por las aguas del Bósforo, es lo que al fin y al cabo lleva haciendo Estambul durante siglos.

Relatos de otros viajeros #postamigo

El Guisante Verde Project: A orillas del Bósforo

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