Aunque no es Francia ni tampoco está en el Mediterráneo, Inglaterra tiene una zona a la que llaman la Riviera inglesa. Se encuentra en la costa sur de Devon, en una zona considerada de gran importancia geológica por la Unesco y en la que, al llegar, lo primero que te sorprende son las palmeras, los plataneros y algún que otro cactus, como si te encontrases en cualquier otro lugar del mundo y no en una pequeña ciudad inglesa.
Hasta que te das cuenta de que lo que te rodea sigue siendo Inglaterra, con lo mejor y lo peor de sus ciudades costeras. Con su aire un poco anclado en el pasado, en tiempos mejores, y esa mezcla kitsch de edificios elegantes -porque la Riviera inglesa tiene aún mucha de su elegancia pasada– con restaurantes de fish and chips, casinos y salas recreativas de mil y un colores.
Lo de Riviera se acuñó a finales del siglo XIX cuando los pueblos de Torquay, Brixham y Paignton, sobre todo el primero, se pusieron de moda entre las clases altas como lugares de veraneo, al ir apareciendo entonces las primeras líneas ferroviarias que facilitaban el acceso a zonas a las que antes se tardaba días en llegar. En Torquay estuvo incluso la reina Victoria, quien se alojó varias veces en uno de sus hoteles.
Y aunque esa época ya pasó y lugares como Torquay tienen mucho de nostalgia, toda esa zona sigue siendo un lugar de veraneo muy popular, sobre todo porque es una de las zonas con el clima más templado del Reino Unido.
Si viajas a Inglaterra pero no sales de Londres, tiendes a pensar que Londres es la norma mientras que fuera de la ciudad todo tiene un ritmo diferente, la gente se dirige a ti y siente curiosidad por saber qué es lo que haces allí o por saber de dónde vienes, sobre todo la gente mayor, como en cualquier otro lugar del mundo. Todo el mundo es menos frío y no se siente esa indiferencia a la que es a veces difícil acostumbrarse en la capital.
Llegamos a Torquay por la noche, así que la Riviera inglesa durante unas horas no fue más que el olor a mar que nos rodeó nada más bajar del tren y las guirnaldas de luces, o la iluminación de la noria, que marcan toda la línea de su paseo marítimo.
Pero nos dimos cuenta de que estábamos en una Inglaterra más cálida nada más llegar al hotel, al Cary Court Hotel, un bed & breakfast que ocupa una casa enorme y centenaria, parte entonces de una gran plantación. Un lugar más cálido gracias a sus dueños, Linda y Paul, que nos hicieron sentir casi como en casa, y también gracias a ese jardín y porche de los que casi no queríamos marcharnos.
Por la mañana, con sol y todavía con el olor a agua salada, nos dimos cuenta del porqué de su fama. Recorrimos la costa serpenteante de acantilados color rojo, con pequeñas bahías y playas de casetas multicolores que aparecen y desaparecen según el ritmo de las mareas.
Cogimos transbordadores para llegar a pueblos marineros de colores escalonados en laderas verdes, donde las familias pasan el día comiendo helados o pescando cangrejos.
Nos cruzamos con el sonido y el humo de trenes de vapor, en Inglaterra siempre hay trenes de vapor.
En Brixham, vimos una reproducción del barco de Sir Francis Drake, el Golden Hind, aunque también hay otra anclada en el Támesis, en Londres. Pero esta costa, antes de ser famosa como lugar de vacaciones, fue históricamente un punto controlado por la flota inglesa para poder dominar el Canal de la Mancha. Sobre todo durante las guerras napoleónicas, y quizás fuese entonces cuando comenzase su destino como la Riviera inglesa, porque la nobleza que antes pasaba meses viajando por Europa en el Grand Tour estaba ahora forzada, a causa de la guerra, a quedarse en su país y buscar lugares en los que el clima se pareciese lo más posible al del sur del continente.
También allí, en Brixham, coincidimos con el show acrobático de dos aviones Yakovlev y con toda la gente que los esperaba en el puerto.
Pero, sobre todo, seguimos un poco las huellas de la escritora Agatha Christie, que nació en Torquay y ambientó muchas de sus novelas en Devon, y que además representa mejor que nadie la época dorada de esta Riviera inglesa.
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